Ecología de Sistemas Humanos

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ECOLOGIA INFANTIL Y MADURACION HUMANA

Un análisis desde la orgonterapia post–reichiana

Maite Sánchez Pinuaga y Xavier Serrano Hortelano

   

Capítulos

Intro

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INDICE

 

  

INTRODUCCIÓN

 

El concepto “Ecología” nos plantea a los seres humanos una responsabilidad fundamental con nuestro entorno natural y con el cosmos en general. La reflexión que algunos/as nos planteamos es la de si cuidamos y protegemos – ó no – suficientemente el desarrollo sano y la humanización de nuestra especie. Y ¿cómo el animal humano podría cuidar y proteger el equilibrio y la vida de la naturaleza, si él mismo se distancia de su propia naturaleza?.

Cada vez más lejos de nuestro “ser animal” y más cerca de “la máquina”, cada vez más presos de la gran contradicción vital: sentir (= vivir), o no sentir (= sobrevivir), generamos embarazos y nacimientos, una crianza y una educación que desnaturaliza y deshumaniza la existencia humana. El resto de perturbaciones ecológicas –producidas por nuestra especie– no son más que consecuencias de la destructividad y la falta de "contacto" con las propias sensaciones de vida, de amor, de respeto, fruto de la continuada obstrucción de la satisfacción instintiva del placer, vivida ya desde el útero hasta el final de nuestros días.

 

Vivimos atrapados en un proceso circular viciado y difícil de romper:

1.– Las carencias y/o limitaciones psicoafectivas del individuo; el miedo al placer (y a la búsqueda del amor) tantas veces negado, frustrado y castigado y por tanto, temido; la vivencia de la represión y la falta de reconocimiento y respeto de su yo..., el miedo a la libertad, van generando odio, sadismo más o menos encubierto, desesperanza e individualismo.

2.– Así, en el medio social, se configura una convivencia basada en el miedo, el poder y la subordinación, la irresponsabilidad, la dependencia y la destructividad, ya sea en la educación o en las instituciones. Es en este concepto frío, mecanicista, del “sálvese quien pueda”, insolidario, ajeno a los fenómenos humanos vivos (regidos por la emoción, la expansión, la tendencia al placer) de la convivencia social humana, donde se inspiran los modelos dominantes oficiales de educación y de salud.

3.– La influencia y vigencia de la cultura (sobre la natura), el orden marcado institucionalmente, a su vez, impide y aplasta, sistemáticamente, toda iniciativa individual de placer y de libertad.

 

Y así, se va recreando una compulsión de repetición –típicamente masoquista– aparentemente insondable y que ha hecho claudicar muchos intentos de cambio.

A lo largo de la historia, han existido individuos, grupos, que han creado teorías o movimientos con modelos alternativos basados en el respeto al infante, la libertad sexual, vida comunitaria, la solidaridad, modelos de convivencia, de educación, de salud–enfermedad, etc., que han permanecido marginales o bien, han sido –y están siendo– aplicados de manera parcial, perdiendo de vista los objetivos globales y, muy a menudo, el sentido y el espíritu que los inspiró.

La familia es una institución que desempeña el papel primordial en la crianza y educación, siendo la principal fuente de represión de los instintos y, como tal, perturbadora de los procesos fundamentales del desarrollo madurativo (neurofisiológico primero y psíquico después).

El amor, basado en el respeto de las demandas instintivas (del recién nacido/a, niño/a, del adolescente), del desarrollo de su ritmo individual y su capacidad de autorregulación y autodeterminación es, sin duda, el medio fundamental con el que la madre, el padre y la familia en general pueden favorecer la maduración bio-psico-social de sus hijos/as. Y no olvidemos que la masa de la población está compuesta por “individuos”. Individuos sanos y maduros, configuran una sociedad sana y madura. Somos de la opinión de que es la “revolución individual” la única que puede sustentar la revolución social que la humanidad necesita.

Nadie, como Wilhelm Reich, ha reflejado de forma tan coherente, directa y constructiva esta necesidad humana (y la enfermedad biológica, psicológica y social, fruto de su insatisfacción). Recordemos, por ejemplo, su “Psicología de masas del fascismo”, “La revolución sexual” o “El asesinato de Cristo”, entre otras obras. Sus escritos se reflejan, en gran medida, 50 años después en nuestra sociedad actual. Tomemos un ejemplo:

– Una pareja va a tener un hijo/a

– Rápidamente se ponen en manos del ginecólogo/a, que controla (no sólo ayuda) el desarrollo del embarazo.

X: ¿Cómo va...tu estado...cómo te sientes?

Y: Mi médico dice que...ó ...los análisis muestran...

– (Mientras tanto, revisiones mensuales inútiles que siguen dejando "bien claro" en manos de quien está este pequeño ser humano. Ecografías constantes..., pero pocas veces la ayuda e información capacitadoras para una maternidad segura, sin miedo, responsable y madura)

– Llega el momento. El parto parece inminente: al hospital ("a las ordenes mi general": ya está rasurada, programada, respirando cuando toca, inhibiendo el diafragma para evitar las sensaciones del vientre –así duele menos–). "Que me hagan lo que sea", goteros, episiotomía y manipulaciones estereotipadas, sin escucha y respeto a la madre (la única que realmente va a parir en toda esa fiesta de batas, ordenes, severidad... y alguna palabra de ánimo pueril).

– A este mundo de olores hospitalarios, ruidos hostiles y tacto frío, llega, por fin, un pequeño niño encogido y temeroso. Se le impide permanecer con la madre (sólo lo justo: ¿lo ves?, está bien..., no le falta nada, etc.) rápido los tubos, las luces, las pruebas....¡ah!, si...ahora ya...hasta la vacuna de la hepatitis.

– Esa nota de emoción viva, de deseo maternal de acoger a su bebé –por parte de la nueva madre– es rápidamente aplastada: el bebé llora, está asustado, flota como un astronauta al que le han cortado la cuerda que le ligaba a la nave espacial... flota, solo, encogido, aprendiendo el sabor de la angustia. ¡Qué poca ayuda recibe esa mujer!, que ama a su bebé, que teme hacer mal las cosas, que se siente incapaz, que duda de sus senos, que desconoce la sensación del placer de amamantar, que no sabe que es "lo más maravilloso del mundo" y que sólo su impulso de amor, de fusión constante con su cría es suficiente para vivir sanamente su maternidad, para forjar en su hijo/a la alegría de vivir, de "estar en el mundo", de mirar, oler–respirar, escuchar y saborear la vida. Y ... ni esa madre ni ese padre saben, generalmente, que hacer caso de "la cultura" del : "Déjalo, no lo cojas, que se acostumbre" y otros "relatos de poder y de miseria", supone orientarse hacia una vía en donde su "querido bebé" se irá resignando (deprimiendo), se irá replegando muscularmente, irá prescindiendo, poco a poco, de su agresividad natural, de sus demandas (tan habitualmente frustradas)....

– Es buena la leche de la madre (bueno, al menos eso ya es casi ley –hoy en día–) pero ... ¡ojo!: dale cada tres horas, diez minutos de cada pecho...etc., y el bebé se adapta poco a poco. Su ritmo vital tiene que ser distorsionado. Desde ese momento ya "no tiene derecho a su individualidad".

 

X: ¿y tu bebé?

Y: ¡Ay!, se porta muy bien: duerme todo el día, es muy tranquilo.

 

La ignorancia de las repercusiones de este “adiestramiento” precoz, que conduce a esa llamada tranquilidad (más bien: falta de agresividad, vitalidad, estímulo y tendencia al placer) es uno de los grandes problemas sociales que favorecen el sufrimiento y la enfermedad somática y psíquica en nuestros niños/as, adolescentes y adultos/as. Pero no es el único. Lo cierto es que, vivimos atrapados dentro de los estrechos límites (de percepción y de capacidad de vida) que nos confiere nuestra propia estructura caracterial, por lo que resulta tan difícil la receptividad a un discurso que versa sobre “la vitalidad expresiva”, “la emoción”, “la autodeterminación”, “la necesidad de respeto del ritmo individual”, etc.

Hablar de los derechos de los niños/as, de los derechos de los bebés, de sus necesidades, de sus motivos, hablar de la angustia del recién nacido/a, o del niño/a recluido en una guardería causa asombro o gestos de desimplicación. Hablar del sufrimiento infantil (que en definitiva es el que desencadena, poco a poco, la enfermedad –a veces recurrente y reclamante, otras degenerativa, como el cáncer–) produce la sensación inmediata de “hablar con un muro sobre los colores del arco iris"“.

Son diversos los “motivos”, unos aparentemente justificados, otros claramente impuestos socialmente a la madre y a la familia, por los que en este caso ejemplo–medio que relataba, el bebé ve interrumpida pronto su lactancia (si es que empezó alguna vez). De repente, se torna importantísimo el aumento de peso, el baño diario, los hábitos, disciplinas y normas pediátricas, que aseguran la higiene, el crecimiento, el aspecto bonito y cuidado y la no existencia de síntomas que habrá que cortar rápidamente (incluso con antibióticos ante la mínima tos, aunque eso debilite sus organismo inútilmente), y día a día asegurarse de que hace todo aquello que cabe esperar, según “lo normal”.

Nuestro “caso”, pronto será un buen chico o una buena chica, que no da guerra a sus padres, que es paseado/a en su sillita civilizadamente, que tolera “sin problemas” la conversación de terraza de cafetería de su mamá mientras se le tiende una galletita o su perrito de goma, tan sumamente poco atractivo (que aburrido pasa de una mano a otra) y si protesta, con mover el cochecito y reinsertar el chupete es suficiente.

Cuando tiene varios meses, un año o dos, la angustia de la separación se recrudece enormemente con la experiencia de la guardería. Quien no quiera ver el sufrimiento infantil en toda su dimensión y en cadena, que no se asome por allí. Nunca la expresión de “angustia” nos ha parecido tan desgarradora y humillante, como la de los niños/as pequeños en estos momentos, que se consideran necesarios para la “adaptación”, donde son literalmente secuestrados de los brazos de sus madres. El dolor, la violencia, la desconfianza y la soledad –que tratan de suavizar con pseudo–vínculos compensativos– impregnarán su existencia a partir de ahora.

Posteriormente, nuestro niño “típico”, en ese período tan importante de su “No”, que es expresión de su “yo” y por tanto de su auto–afirmación, es castigado, incomprendido y bañado de los “Noes” adultos, que casi siempre creen tener la fuerza de la razón, de la pedagogía y de la salud.

Su sexualidad es impedida, bien por la desinformación, el castigo, el moralismo, o bien por la obstrucción social al hecho de relacionarse libremente (con su tendencia al placer corporal) con niños/as de su edad; con lo cual, se fomenta y favorece la fijación edípica.

Finalizamos este caso con un etcétera perfectamente observable en cualquier niño/a con el/la que nos encontremos.

No se trata de culpas; no sigamos con el argumento: “Si, todo eso está bien, pero ... no es posible cambiar las cosas”. Es un cambio paulatino, generación tras generación, pero posible, el que tenemos la responsabilidad de potenciar. Padres y madres, educadores/as, profesionales de la salud ... y toda la sociedad (la estructura y contenidos de las instituciones) podemos conseguirlo.

En cuanto a la pregunta : ¿Cuál es la propuesta para la prevención? Partiendo del anterior análisis social, de la experiencia clínica, que permiten constatar la existencia de carencias afectivas, del miedo y la tendencia a la contracción y a la angustia, desde momentos muy primitivos de la existencia de la persona, y de la observación del desarrollo de niños/as según la teoría de la autorregulación y la adquisición de un mayor grado de salud somática y psíquica (investigación que se está desarrollando en la Escuela Española de Terapia Reichiana –Es.Te.R.– desde 1980): nos permitimos concluir abogando por el encuentro y debate entre los distintos modelos de convivencia, salud, educación, y de aplicación de los recursos humanos partidarios de un cambio que favorezcan que:

–el 1º ecosistema: el útero.

–el 2º ecosistema: la madre.

–el 3º ecosistema: la familia.

–el 4º ecosistema: la escuela y la sociedad.

posibiliten la expansión, el placer, el sentimiento del yo y el reconocimiento del otro. La autonomía y la responsabilidad social que, individuo a individuo, grupo a grupo, irá configurando una auténtica Ecología humana (donde naturaleza y cultura no se hallen escindidas sino, más bien, que la segunda se base en la primera).

A lo largo de estas páginas pretendemos mostrar los medios que (según nuestra apreciación, como sujetos de la historia, padres–madres, clínicos–orgonterapeutas) permitan, a través de las distintas fases del desarrollo libidinal humano, asentar la salud y la alegría de vivir y cómo prevenir la evolución de la angustia, el miedo a la vida y la destructividad y autodestructividad típicas de las estructuras humanas actuales.

Nuestra civilización se ha ido alejando de muchos de los valores esenciales del ser humano. La naturaleza que late en nosotros tiende a expresarse, simplemente. La vida, tal vez podría consistir básicamente en dejar que nuestro SER discurriera sin barreras, atendiendo sólo a las leyes de la naturaleza biológica y social humana. ¿Verdaderamente la maldad puede ser innata? ¿El odio...un sentimiento natural...?, ¿A un niño le gusta más morder que reír?, ¿El hombre y la mujer gozan aplastando a su vecino?, ¿Son naturales las guerras?, ¿El poder es un placer equivalente al amor?. No; decididamente ¡no!. Por el contrario, debemos hablar de sentimientos contra–naturales consecuencias de la frustración de los impulsos primarios del ser–animal–natural–humano (impulsos de amor). La rabia, la cólera (en cada una de sus manifestaciones) son una “formación secundaria” –en términos de Wilhelm Reich–; siempre que el lenguaje del amor es impedido, el odio ocupará su lugar. Cada mirada de ternura que le es robada a un niño, forma en él una nueva lágrima; cada “no” a su expresividad viva y auténtica debilita la confianza en sí mismo/a, le hace sumiso o reactivo; cada imposición de “razones neuróticamente condicionadas” aplasta sus pequeñas iniciativas; cada caricia que su piel “echa de menos” graba en él las señales de la guerra o...de la muerte. Cada gesto de dureza ante su sexualidad activa, disminuye un poco más su capacidad de ese placer natural que produce alegría de vivir.

Nuestro sistema de educación está enfermo, es, en sí mismo, un gran error; al interpretar como inevitable, normal o innato, lo que no es más que desviación necesaria ante una gran obstáculo en su evolución libre. “Déjalo llorar”, “No lo cojas, tiene que acostumbrarse”, “Los niños son crueles”, “Los niños no saben hay que educarlos”, “A un niño hay que enderezarle”, “Este niño me ha salido muy nervioso”, “...si les dejas que decidan...se te suben a los bigotes” etc. Esto es sólo una pequeña muestra de lo que escuchamos cotidianamente muchos/as padres–madres y educadores/as.

Lo cierto es que el niño/a es un SER en desarrollo, que vive y tiende a la vida, a la expansión, a la alegría de vivir. Este niño morderá, golpeará, empequeñecerá al otro, será molestón, gritará en exceso, será competitivo y difamador, poco solidario o...sumiso, irresponsable, inhibido y necesitará “a toda costa” encontrar el reconocimiento de los otros/as, precisamente si no se ha sentido amado, escuchado, reconocido, respetado, si ha exigido en exceso y se le ha negado su propia capacidad de elección, etc.

¿Cuál es el error, pues?, que fácil es pretender “extirpar la cola del problema”, sólo eso; Desvelar las claves reales, profundas, de la cuestión es todo un riesgo, a veces; te pueden llamar loco (a Reich muchos le acusaban de paranoico, cuando los hechos –y sus textos– muestran cuán lejos llegó en sus afirmaciones acerca de la sexualidad, la salud y los orígenes sociales de la enfermedad y la miseria humana) o se da carpetazo a los proyectos de cambio educativo en los que se argumentan los términos “autorregulación infantil”, “autonomía”, “placer de aprender”, “solidaridad y responsabilidad natural” etc. o, sencillamente, se hace un silencio sepulcral y algún que otro gesto de acritud cuando se defienden los derechos de los niños, la sexualidad y el amor entre niños/as y entre adolescentes...o se niegan dichos argumentos con obstinados “no–no–no”, defendiéndose hostilmente (con sensible expresión de rabia contenida...pero corrosiva) aludiendo a tópicos sin fundamento o a ejemplos en los que se trasluce el propio dolor, la propia insatisfacción, el aplastamiento injusto de su “yo” infantil.

La identificación (de muchos/as padres–madres, educadores/as y sanitarios) con figuras parentales sirve de justificación férrea para el “derramamiento de su sadismo” en la educación de sus hijos/as y, educados de esta manera se desvía, inconscientemente, el odio original (de sus primeras fuentes de frustración amorosa –a quienes se continúa patológicamente fijado) hacia los niños/as que, ahora, dependen de sus cuidados. Parece una situación sin salida, pero más bien hay que ir tirando del hilo y llegar, poco a poco, al final de la madeja.

Si escuchamos a Malinowsky (1932) y a Margaret Mead (1984), antropólogos que observaron culturas en las que el desarrollo emocional y sexual es distinto del nuestro –parten del respeto natural a la tendencia al placer y la libertad sexual, entiende las necesidades afectivas del recién nacido, niño/a y adolescente sin someterse a normas rígidas y moralizantes–; si prestamos atención a las experiencias educativas valientes y firmes que han sido capaces de confiar en el derecho de los niños de vivir y aprender según su propio ritmo y han optado por “la vida”, combatiendo críticas destructivas. Si aprendemos de la experiencia clínica –en psicoterapia– donde describimos los orígenes históricos –dentro de la familia coercitiva, temerosa de la expresividad viva de los niños, moralizante– del sufrimiento somatopsíquico humano; si echamos un vistazo a la evolución del desarrollo de los niños/as que han sido criados, educados según el concepto de autorregulación infantil, que nos confirma, día tras día, nuestra confianza en las sabiduría y la naturaleza viva de los niños/as...No podemos seguir negando la necesidad de cambiar nuestro sistema de atención a la infancia. Dejemos que nuestros pequeños/as nos devuelvan nuestra propia plasticidad, emotividad viva, nuestra capacidad creativa y hasta la libre motilidad biológica que casi perdimos.

¿Hasta cuándo vamos a empeñarnos en considerar “normal” o “idiopático” (de origen desconocido) o “inevitable”, etc., el deterioro emocional (con sus manifestaciones somáticas y psíquicas) de la humanidad?. ¡Ya basta!. Dejemos de condenar a nuestros niños/as al mismo infierno donde estamos atrapados los adultos.

 

     

     

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