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La
Intervención Preventiva desde la Orgonomía y la Ecología de los Sistemas
Humanos
Javier Torró BioscaPodemos
imaginar que la vida del ser humano se desarrolla en un continuum
circundado por esferas sucesivas. De esta forma lo piensa también
Peter Sloterdijk con su vitalismo geométrico. En su redondez las esferas, análogas
a un ecosistema, funcionan como un sistema. La vida en el interior de la
redondez espesa de la esfera, como todo lo humano, viene determinado por la
temporalidad. Así unas esferas se abren a otras y el tránsito entre ambas
siempre supone un cambio, un cierto vértigo y reajuste en el equilibrio
interno. Vivir en esferas supone una relación fundamental del ser humano. En la
esfera se da un espacio de relación que permite generar la inmunidad necesaria
para seguir impulsando el proceso de individuación y la creación de un espacio
interior. Si esas relaciones que facilitan la vida en el ecosistema específico
se dan, llega un momento en el que el individuo da un salto a otra esfera más
extensa. Consideramos entonces que el individuo se humaniza. Si esas relaciones
inmunitarias en el interior de una esfera no se dan o se dan de manera limitada
o defectuosa, se produce una quiebra en el espacio de interioridad del ser
humano, un vacío en su identidad y una merma en el proceso de individuación.
Estos procesos limitantes lastran al ser humano conduciéndolo al
embrutecimiento. La temporalidad aboca necesariamente a la persona a un cambio
de esferas pero debido a su inmediatez dicho cambio resulta traumático o
estresante en exceso. La vida en la nueva esfera ya arrastra un desarraigo y una
alienación que impide generar los espacios de relación propios del nuevo
sistema. Esa merma en la calidad de la relación en el interior del nuevo
sistema produce insatisfacción, destructividad y odio que se proyecta en toda
la superficie esférica y en esferas colindantes. El proceso expansivo de
destrucción va arrasando progresiva y sistemáticamente los espacios de relación,
los lugares de calidez necesaria para enraizarnos como seres humanos. Este hecho
impide que gocemos de una vida expansiva, feliz y placentera pese a una inmensa
producción material que facilita nuestra supervivencia. Quizá por eso cada vez
escuchamos más voces instándonos a recuperar la espiritualidad, por el vacío
que se da en nuestra interioridad. Parece vislumbremos que en este proceso de
destrucción progresiva y sistemática, pese a nuestro eminente y abrumador
crecimiento material, hemos perdido el alma (anima). Pues bien, como dice Empédocles
de Acragas, cuando el odio crece en las entrañas de la esfera implica que el
cambio es necesario (frag. 30). Desde
esta perspectiva podemos retomar la vieja polémica sobre la distinción
tardo-freudiana de pulsión de vida y pulsión de muerte. De acuerdo con Reich sólo
existe una pulsión de vida. La pulsión de muerte es la pulsión de vida
pervertida por no haber podido
vivir esos espacios de relación, cálidos y nutrientes, de nuestras esferas
primitivas. Para Reich todo lo que encontramos en el hombre de cruel o perverso
proviene de la frustración de las necesidades primarias. El hombre no nace
perverso sino que se transforma en perverso por la insatisfacción de las
pulsiones primaria como consecuencia de la moral y la educación recibida. Es la
propia sociedad la que genera las inclinaciones antisociales. Por tanto,
trasformando la sociedad podríamos generar un nuevo hombre y erradicar la
crueldad y la perversión. Dejemos
ahora que la filosofía ponga la nota dramática. Para Sloterdijk la modernidad
nos ha llevado a una pérdida progresiva de cascarones, de las tradicionales
coberturas teológicas y cosmológicas, y nos ha sumergido en una especie de
“psicosis epocal respondiendo al enfriamiento exterior con técnicas de
calentamiento y políticas de climatización” (p. 33, Esferas
I). Estamos en la época de la globalización, de la civilización tecnológica,
de los medios de comunicación de masas, del mercado mundial. Se pretende
sustituir los antiguos cascarones por estas nuevas cúpulas artificiales. Sin
embargo, este “invernadero global de la civilización cae en paradojas
termopolíticas: para que su construcción se lleve a cabo –y esta fantasía
espacial está en la base del proyecto de globalización-, ingentes cantidades
de población, tanto en el centro como en la periferia, tienen que ser evacuadas
de sus viejos cobijos de ilusión regional bien temperada y expuestas a las
heladas de la libertad. El constructivismo total exige un precio inexorable.
Para conseguir suelo libre para la esfera artificial de recambio, en todas las
viejas naciones se dinamitan los restos de creencias en el mundo interior y las
ficciones de seguridad, en nombre de una ilustración racional del mercado que
promete mejor vida, pero que lo que consigue, para empezar, es reducir drásticamente
los estándares de inmunidad de los proletarios y de los pueblos periféricos.
De pronto, masas desespiritualizadas se encuentran a la intemperie sin que jamás
se le haya aclarado correctamente el sentido de su destierro. Decepcionadas,
resfriadas y huérfanas se cobijan en sucedáneos de antiguas imágenes del
mundo mientras estas parezcan conservar todavía un hálito de la calidez de las
viejas ilusiones humanas de circundación” (pág. 35, Esferas I). Siguiendo esta aparente digresión, esta dramática
realidad es la que tenía en mente Xico Buarte (ex ministro de cultura de
Brasil). En un documental de hace unos años decía que “Brasil vive con las
diferentes dimensiones de la tragedia humana y tiene posibilidades y potencial
para salir de ella. Por el contrario, África reconoce la tragedia humana pero
no tiene posibilidades para salir de ella y ese es su drama. Por otro lado,
Europa no es consciente de la tragedia que vive la humanidad”. Cegados por el
consumo y los bienes materiales en los países desarrollados vivimos a espaldas
de la tragedia. Sin embargo la destrucción de esas cúpulas tradicionales también
afectan a los países ricos aunque su pérdida permanezca más compensada por la
creación de invernaderos tecnológicos. Ahora
podemos continuar con la esperanza. Creo que el capitalismo cegado por el egoísmo
y la insolidaridad, ha comenzado la casa por el tejado. Sus inercias mecánicas
y materiales le impiden ver l o esencial de la vida. Desde la Ecología de los
Sistemas Humanos queremos desarrollar los fundamentos de una cultura que sea
respetuosa con la “natura”. Eso supone cuidar ese entorno ecológico en el
que se desarrolla el ser humano. Esas esferas de calidez en las que florecen sus
potencialidades. Preservar y desarrollar los ámbitos de relación de esas
esferas por las que vamos pasando en la temporalidad de nuestra vida. Si
conseguimos entender las dinámicas esenciales que se dan en esos sistemas de
relación primitivos estaremos facilitando la salud y el bienestar de nuevas
generaciones de seres humanos con capacidad de vivir la vida plenamente. Nuestro
resultado es la garantía de un cambio progresivo hacia un mundo más habitable
y humano. De ahí nuestra apuesta por la investigación de los sistemas humanos
que inciden en la salud y el bienestar general, y por la prevención. Una
de las paradojas que asombran a muchos viajeros occidentales cuando van a
visitar países pobres es la alegría y el gozo que manifiestan algunos niños/as
o algunas personas, pese a sobrevivir en condiciones de extrema precariedad.
Desde la arrogancia occidental en ocasiones se ha visto en ello la dulce
inocencia del salvaje. Desde nuestra perspectiva sabemos que hay culturas que
preservan con calidez y cariño los espacios de relación generadores de raíces
e identidad, propios de algunos ecosistemas humanos primitivos. En la antropología
cultural tenemos una gran fuente de información para reconstruir las bases
fundamentales de esas esferas primigenias. Ya el propio W. Reich hacía
referencia a las investigaciones antropológicas de Malinowski en las islas
Trobriand en su libro La irrupción de la
moral sexual. Malinowski había constatado que entre los trobriandeses no se
daba una relación de odio entre padres e hijos/as adolescentes, sino que entre
ellos primaba más bien relaciones de amistad y afecto, sin ambivalencia alguna.
Este hecho se había contrastado también con el estudio de material
inconsciente como sueños o narraciones míticas dando el mismo resultado. Reich
deduce que la causa está en su organización social y plantea críticas a la
familia y la organización social autoritaria y patriarcal propia de la época.
Es evidente que Reich nos está dando las claves de la manera cómo proceder. En
la actualidad conocemos muchas culturas indígenas que viven en total armonía
con el entorno y que lo cuidan y lo protegen. Estos pueblos indígenas son los
verdaderos guardianes de la tierra y el ejemplo fehaciente de que se puede dar
una cultura humana respetuosa de la naturaleza. Para ellos los salvajes somos
los que vamos a destrozar esos ecosistemas y arramblamos con las patentes de
biodiversidad para enriquecimiento de la industria farmacéutica. Ellos
contribuyen al equilibrio ecológico de su hábitat pues dependen de él. Cada
una de estas culturas mantienen su propia idiosincrasia pero todas tienen en común
el mantenimiento de unos valores, de una estructura familiar y social
equilibrada y de unos lazos de unión y colaboración aceptados y compartidos.
Toda esa diversidad cultural está amenazada y progresivamente se va
convirtiendo en masas humanas aculturizadas, desarraigadas y sin identidad. En
ocasiones las propias políticas conservacionistas impiden la preservación de
los ecosistemas pues acaban convirtiéndolo en un parque temático y a la larga
o a la corta distorsionando el sutil equilibrio cultura-natura. Tenemos mucho
que aprender de esas formas de vida para llevar a cabo las reformas necesarias
en nuestra cultura. El
sistema familiar es una de esas esferas en las que se desarrolla una fase
importante de nuestra vida. ¿Cómo ha de ser ese ecosistema (ese “marco de
referencia” según Erving Goffman), para que el ser humano inmerso en él
encuentre el espacio de relación adecuado y mantenga la calidez apropiada que
le permita enraizarse, adquirir identidad e ir habitando su espacio interior? Si
conseguimos entender las dinámicas internas de ese ecosistema y paliar los
posibles desequilibrios que puedan aparecer, generaremos afecto y
reconocimiento. En caso contrario lo que aparecerá es la destructividad, la
angustia y el desarraigo. El procedimiento el es mismo para analizar otros
posibles ecosistemas como el formado por el ecosistema materno y el organismo
intrauterino o la díada formada por la madre y el neonato en los primeros meses
de vida del bebé. El paso de un ecosistema a otro siempre resulta un tránsito
natural cuando las condiciones de maduración se han dado oportunamente. Sin
embargo, se trata de momentos delicados, momentos críticos, que debemos
contemplar con una disposición humana y facilitadota. Uno de los tránsitos más
míticos en la vida del ser humano es el parto, el pasaje a la luz. Pero hay
otros tránsitos que ocurren de forma inadvertida por lo que pueden ser más
descuidados. Hay
otro ámbito de estudio que puede aportarnos mucho en la investigación sobre la
ecología de los sistemas humanos. Se trata de la etología que estudia el
comportamiento de los animales en su medio natural. Aunque nos parezca mentira
hace relativamente muy poco tiempo que nos hemos dedicado a estudiar cómo se
comportan los animales en su hábitat. Los primeros programas de investigación
datan de la década de los 60 del siglo pasado y estaban inscritos en el marco
de las investigaciones del Doctor Leakey sobre el origen del hombre. Se trata de
los trabajos pioneros de Dian Fossey con gorilas de montaña y de Jane Goodall
con chimpancés. El contacto de estas mujeres con el mundo animal supuso una
transformación profunda de sus vidas y de sus creencias. Este tipo de
transformaciones se han seguido produciendo en multitud de personas que han
dedicado su vida a la observación honesta y sin prejuicios del mundo animal. En
la actualidad hay muchos programas de investigación y de preservación que
intentan estudiar el comportamiento y preservar la vida en libertad de los
grandes mamíferos u de otras especies. Por lo general nos encontramos que
muchas de estas personas nos hablan de la “comunicación intuitiva” que se
produce cuando se da un momento de contacto/empatía con estos animales. Estas
personas también describen el sufrimiento y la desesperanza de algunos de estos
animales víctimas de la destrucción de sus ecosistemas o desarraigados de su
entorno por la intervención del ser humano. Muchos de los afectos que
experimentan son similares a los que vivimos nosotros y se comprenden desde el
desarraigo y la alienación de sus esferas primigenias, de esos ecosistemas
necesarios para el desarrollo saludable. El
ser humano es un animal más en esta nave flotante por el espacio a la que
llamamos Tierra. Durante mucho tiempo nos hemos creído ungidos por la mano de
Dios y por eso hemos vivido de espaldas al resto de compañeros de viaje. En
nuestra locura colectiva algunos han buscado desterrar del planeta a sus propios
congéneres diferenciados por rasgos étnicos, culturales o religiosos. El resto
de animales han permanecido pacientemente en su lugar, observando con sus
grandes ojos a ese animal orgulloso y petulante que parecía presa de algún
trastorno mental. La destructividad que generamos sigue arrasando la nave y a
nuestros compañeros de viaje. Por eso es importante que dejemos de mirarnos la
punta de nuestra nariz y volvamos la mirada hacia ellos, hacia la naturaleza en
general, para entender el mensaje que llevan tanto tiempo queriéndonos
expresar. El proyecto “Genoma Humano” ha dado unos resultados que algunos
científicos han calificado de desalentadores pues además de ponerse en cuestión
en concepto de gen, la diferencia genética entre el hombre y el resto de los
animales, que se suponía capaz de demostrar los rasgos diferenciales de
nuestras excelsas capacidades, ha resultado ser mínima. Tenemos los mismos
genes que los homínidos superiores, es decir, el gorila, el chimpancé y el
orangután. Y, lo que más duele, apenas unos pocos más que la mosca o el erizo
de mar. Un nuevo varapalo en el orgullo del ser humano tan importante como la
teoría heliocéntrica de Copérnico en el s. XVI, la teoría de la evolución
de Darwin en el s. XIX o la teoría del inconsciente de Freíd en el s. XX. Para
nosotros, todos los seres vivos estamos íntimamente emparentados. Nuestra
individualidad sólo permanece en la imaginación de nuestra conciencia. La vida
se desarrolla por múltiples caminos y uno de ellos le llamamos ser humano. Pero
en realidad, como dice Jesús Mosterín en La
naturaleza humana, somos repúblicas de células eucariotas, descendientes
de algunas de las primitivas simbiosis de bacterias y arquetas que dieron lugar
a este tipo de células. Para Mosterín, “los animales, los hongos y plantas
somos cooperativas de células, pero en el caso de los animales la integración
es tan grande, la división del trabajo tan manifiesta, la coordinación y el
control unitario tan perfectos, que el organismo multicelular entero, el animal
entero, se nos aparece como el paradigma mismo de la individualidad” (pág.
76). Y más abajo: “Los animales no podríamos alimentarnos sin la comida que
producen las plantas y el fitoplancton. Tampoco podríamos digerirla sin la
ayuda de las bacterias de nuestro intestino. Ni siquiera podríamos respirar sin
el oxígeno que producen las plantas, las algas y las cianobacterias. Los
animales somos, pues, totalmente dependientes del resto de la biosfera, de la
cual formamos parte inextricable” (pág. 77, Mosterín). Nuestras propias células
son una simbiosis de células más primitivas y nuestro cuerpo entero implica
una colaboración estrecha de los diferentes órganos y sistemas para una vida
común. Por tanto, lo propio para el desarrollo de la vida es la cooperación,
la relación, la comunicación y la solidaridad. La
Orgonomía el la ciencia que intenta descubrir las leyes de la vida y por tanto
será otro de los saberes básicos para la ecología de los sistemas humanos.
Reich descubrió el orgón a partir de unos descubrimientos realizados en Oslo
entre 1934 y 1936. Pronto vislumbró la trascendencia de su hallazgo. Desde ese
momento dedicó el resto de su vida al desarrollo de la orgonomía, la ciencia
del orgón, que es la energía primordial presente en todo lo vivo y
dispersa por el universo entero. Su presencia en la biosfera permite comprender
la “hipótesis Gaia” de Lovelock y Margulis, por ejemplo. La energía orgánica
imprime a la vivo un ritmo pulsatil: expansión/contracción. Este movimiento se
resume en la función del orgasmo: tensión mecánica → carga energética
→ descarga energética → distensión mecánica (relajación).
Nuestro criterio de salud se fundamenta en la libre pulsación biológica del
individuo. La enfermedad surge al paralizarse o disminuirse en nuestros tejidos
u órganos la libre pulsación. Esto es producido por la tensión o el bloqueo
de nuestro cuerpo, de nuestra coraza. Muy pronto Reich comprendió que más valía
prevenir que curar. La idea de la prevención fue adquiriendo más y más
importancia a lo largo de su vida hasta convertirse en fundamental. Nosotros
pensamos de igual forma respecto a la prevención. Como decía al principio de
mi discurso, la falta de calidez y relación en los sistemas primitivos en los
que habitamos, provocan la contracción y generan daños que se arrastran en la
convivencia de sistemas anteriores. Estos déficits terminan volcándose contra
uno mismo o contra el exterior mediante pulsiones destructivas. De ahí el papel
prioritario de la prevención. Como dice Ola Raknes en su libro Wilhelm Reich y la orgonomía, “si queremos combatir las biopatías
con la esperanza de reducir su número y de parar la destrucción de la vida que
ellas representan, se debe poner énfasis principal en el trabajo de la prevención”
(pág. 176, Raknes). La orgonomía ha de seguir profundizando y descubriendo las
leyes de la energía vital. Eso nos permitirá comprender mejor los sistemas
humanos en los que se desarrolla el proceso de la vida. La
vida del ser humano se da en un proceso continuo de desarrollo ontogenético (continuum
ontogenético) aunque al mismo tiempo podamos definir, en un instante dado,
un ecosistema en el que esté inmerso y del cual depende. La calidez de la
relación en ese ecosistema va a influir en el desarrollo de esa vida, o bien
contrayéndola y lastrándola o bien expandiéndola. Esas inercias se arrastrarán
en los ecosistemas por los que transcurra la vida de ese ser humano. Será
primordial, pues, comprender y cuidar esos ecosistemas primitivos. En los tránsitos
se evidencian los límites y las disposiciones con las que entramos en un nuevo
ecosistema. Un
tránsito inicial que suele pasar desapercibido, y que ya Reich hace hincapié
en él, es la concepción que comenzaría con el deseo de ser padres. Una
perspectiva adecuada en prevención parte de este primer tránsito sacando a la
luz los deseos ocultos del deseo de ser padres y de las disposiciones del
sistema para llevar a cabo ese proyecto. Una
vez se ha producido el embarazo es necesario atender las necesidades del
ecosistema materno como entorno del organismo intrauterino. En la actualidad
sabemos la importancia de este proceso en la vida del ser humano pues todavía
no existe una conciencia de individualidad y los estresares significativos a los
que pueda estar expuesto el embrión provocan respuestas celulares u orgánicas
muy difíciles de revertir. Estaríamos dentro de lo que llamamos periodo crítico
biofísico. Los desajustes en este ecosistema primitivo generarían biopatías o
enfermedades psicológicas graves. El
parto lo contemplamos desde la perspectiva del “continuum ontogenético”
como un tránsito natural y no necesariamente traumático. Nuestra posición sería
la de volver a humanizar el parto favoreciendo el nacimiento sin violencia tanto
para el bebé como para la madre. En los momentos posteriores al parto buscamos
favorecer la lactancia y el contacto entre el bebé y su madre. Hasta el noveno
mes, más o menos, estaríamos dentro del período crítico biofísico y, por
tanto, la díada madre-bebé o huevo extrauterino es un ecosistema primitivo muy
relevante. Al año comenzamos a adquirir, si todo ha ido bien, una cierta
identidad y por eso hablamos de oralidad primaria. En este momento del proceso
de desarrollo humano se va estructurando un yo psíquico y las defensas
caracteriales más primitivas en interacción dialéctica con las figuras
objetales. A
partir de los tres años se da una apertura gradual al mundo y por tanto un
proceso de separación/individuación que acaba concretándose en la
escolarización. En este momento el individuo coexiste en dos ecosistemas
fundamentales la familia y la escuela. En esa polaridad sistémica va creando
una estructura interna que afianza y cohesiona su individualidad, en el mejor de
los casos. Los desequilibrios producidos en este período nos llevarían a la
generación de psicopatología más o menos grave. El
proceso de individuación se cerrará definitivamente en la adolescencia donde
lo social pasa a ocupar un primer plano constituyendo lo que llamamos el período
crítico bio-psico-social. El proceso de transición por el que se accede a la
adolescencia es la pubertad donde se producen la mayoría de los duelos de la
adolescencia. En este período hay otros sistemas que interactúan con el
adolescente como son el grupo de amigos o los medios de comunicación. En la
adolescencia el individuo pasa definitivamente a ser un actor social por lo que
cobra especial relevancia el cuidado de las formas de relación social. La
colaboración, la aceptación de las diferencias, el desarrollo de la autonomía
y la comprensión y aceptación de los mecanismos de funcionamiento social serían
imprescindibles en este período. Hasta
aquí llegarían los ecosistemas primitivos cuya calidez y equilibrio interno
generaría espacios de relación determinantes para las vivencias en ecosistemas
posteriores. Las dificultades acaecidas durante el período crítico biofísico
producen consecuencias físicas en nuestro biosistema, consecuencias más
elementales que remiten a la desestructuración, la disolución y el vacío.
Las dificultades acaecidas durante el período crítico psicofísico
remiten a problemáticas psicológicas o somatizaciones más leves. Las
dificultades acaecidas durante el período bio-psico-social desencadenan
dificultades para la integración social, la cooperación y la comunicación,
generando sociopatías. Hay que tener presente que las dificultades en
ecosistemas más primitivos se arrastran a los posteriores. A
partir de aquí nos podemos encontrar con muchos más ecosistemas o procesos de
tránsito. Podemos ver una empresa en la que trabajamos como un sistema al que
podríamos aplicar las leyes procedentes de la orgonomía y de la democracia del
trabajo para hacer de nuestro trabajo una fuente de placer y de realización
personal y no un elemento de sumisión y de explotación. La idea sería la de
humanizar el mundo laboral en todas sus facetas. También podemos entender la
pareja como un sistema y analizar las insatisfacciones y los desequilibrios que
se van creando. La vida en pareja así como los nuevos miembros que van llegando
o los que van desapareciendo en su seno determinar el devenir de ese sistema. Su
autopoiesis es fundamental para el bienestar de los miembros y como espacio de
relación y calidez. La muerte y sus correspondientes duelos es uno de los tránsitos
de nuestra vida que cabe cuidar con especial delicadeza. Nosotros propugnamos la
humanización de los procesos terminales y el respeto por una muerte digna. Lo
que pretendemos demostrar desde la ecología de los sistemas humanos es que
podemos ser felices si a lo largo de nuestra vida se van satisfaciendo sistemáticamente
las necesidades biológicas, emocionales y de relación. Que no nacemos malos,
depresivos, miedosos, con pulsión de muerte o destructiva. Tampoco nacemos
buenos, sumisos o dependientes. Todo eso se va generando en los espacios de
relación en los que vamos habitando. Si esos espacios son nutritivos,
facilitadotes y amorosos, nos encontraremos más cerca de la sensación de
plenitud, arraigo y felicidad. No habremos desplazado definitivamente el
displacer, pues en lo humano el dolor y el sufrimiento forman parte de la vida,
pero viviremos con mayor alegría y bienestar disfrutando de la diversidad de lo
humano y estaremos más cerca de vivir en paz y armonía con el resto de seres
vivos y con la naturaleza en general. Comprender
la vida del ser humano es comprender el desarrollo del “continuum ontogenético”
a lo largo de los diferentes ecosistemas por los que transcurrimos, es
comprender el espacio de relación generado en el o los ecosistemas en los que
convive, es facilitar la calidez y la inmunidad necesaria en los ecosistemas
primitivos del ser humano para poder desarrollar un proceso de individuación y
un espacio interior consistente que me permita la expansión, el placer y la
felicidad compartiéndola con el resto de seres vivos del planeta.
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